Harta de no nos queda, de ese precio del catálogo está mal, de dependientes con contrato temporal a los que lógicamente todo se la suda, de engaños, tretas y triquiñuelas, de sotas de bastos que no saben quién es el cliente, de justamente la oferta terminaba hoy, de ponga una queja en Consumo de donde nunca le llamará nadie, harta de todo eso y del precio de la gasolina y los inconvenientes de la cárcel, sólo vi una opción factible: cagarme en todo lo que se mueve a través de este su blog amigo.
Y tirar algún que otro piropo también, si se merece. Faltaría.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Centro Cubano de España

Fui hace unos días a cenar al Centro Cubano de España, animada por las buenas críticas que había leído y por los comentarios de un conocido, al que le gusta mucho el lugar. Hicimos una reserva a través de El Tenedor para un menú degustación que nos iba a costar 32€ (ya con el descuento).
La placa junto a los telefonillos del portal que indica “Centro Cubano de España” va a juego con el decrépito portal, que por mucho que esté en la calle Claudio Coello, recuerda más a la entrada de la Casa Regional de Granada , junto la plaza de Tirso de Molina, que a la enriquecida calle donde voló Carrero Blanco. Y el ascensor de ésta última supera al otro con creces. Pero en fin: qué mejor ambiente para el recuerdo de aquel que haya estado en la isla que este.
El centro en sí es… cómo les diría… una especie de Palacio de Gaviria en el año 2078. Se trata de un piso, con un pasillo que lleva a distintas dependencias, una de las cuales es el restaurante, otra una sala de exposiciones, otra (junto a la entrada) una especie de pub-discoteca donde suena salsita y son… todo ello revestido de cierto aroma Ozores, que emana de los azulejos y las cisternas, por más que a los lavabos los pinten de rojo.
El camarero que nos atendió era todo amabilidad. Sólo tenía un inconveniente: que ni se le entendía bien al hablar, ni él nos entendía a nosotros. Y no porque su acento cubano fuera muy cerrado: más bien porque acento cubano no tenía ninguno. Ni de Cádiz. Ni de ningún lugar hispanohablante. Pero eso sí: era todo amabilidad al intentar explicarnos qué era cada plato.

Lo cual tampoco era, en todo caso, necesario: se veía que lo que había en el plato no era nada que mereciera explicarse (a excepción del postre, cuyo dulce de guayaba y demás sí me resultó original). Tanto los entrantes como el plato principal me resultaron más cercanos a la fritanga que a los tamales, y ni los productos, ni la forma de hacerlos, eran nada que no pudiera encontrar yo en el mercado de mi barrio y freirlos un día de resaca. Y, desde luego, por mucho menos de 32 euros (ya con el descuento).
En resumen: me sorprendió mucho que este destino tuviera las buenas críticas antes referidas, y en mi opinión, hay restaurantes cubanos mucho mejores en Madrid (y hasta más baratos), empezando por Zara, y llegando incluso hasta La Negra Tomasa.


Nivel de recomendación: 2
Relación calidad-precio: mala

lunes, 9 de agosto de 2010

El Body Shop ya no es lo que era

Recuerdo cuando el Body Shop se paseaba por España en la época en que no había nadie más que jugara al 100% against animal testing y la cooperación al desarrollo y el viva la ecología. A los valores intrínsecos sumaban ciertos valores extrínsecos relativos a lo que viene siendo el bolsillo del cliente de a pie: empezaron rellenando los botes vacíos. Cuando se te acaba un producto, podías comprarlo de nuevo tal cual, o llevar el bote para que te lo rellenaran del producto en sí -lo cual, obviamente, era más barato-.
Esto desapareció en España hace ya tiempo (en otros lugares de Europa tardó más, aunque también acabó por desaparecer). Pero, al menos, mantenían la idea de "reciclaje": por cada envase vacío de productos suyos que les llevaras para ser reciclado, te daban un punto, y al sumar ocho, te regalaban alguna tontería: un peine de plástico reciclado, algún producto de muestra... no sé, el regalo no valía gran cosa pero al menos podían seguir tirándose el moco de sus valores ecológicos, lo mucho que les preocupaba que tú te preocuparas de reciclar -y, con ello, diferenciarse de sus competidores filonaturales, que cada vez eran más, y de paso asegurarse de que ibas a pasarte por la tienda cada x-.

Hace poco fui a llevar un par de envases que tenía por casa.
-Hola, os traigo un par de envases
-¡Huy, no! Nosotros ya no recogemos envases. El reciclaje es cosa del consumidor.
-Ah. No lo sabía.
-Pues hace ya bastante tiempo que eso se quitó -me dice la dependienta, con una sonrisa profidén propia del Lecturas, y tono reprochante de "será que no vienes mucho a comprar", lo cual es absolutamente cierto. Y menos que voy a ir ahora, en vista de lo visto-.
-Ah. Pues una lástima, porque era de lo poco que os diferenciaba de las miles de tiendas pro-ecología y pro-comercio justo que han proliferado como setas y que, a la sazón, tienen productos con bastante mejor relación calidad-precio que la vuestra -respondo, con una sonrisa Colgate de idénticas dimensiones, antes de girarme y abandonar el local-.


Nivel de recomendación: 2
Relación calidad-precio: regular, sobre todo en comparación con otras empresas/tiendas.

jueves, 15 de abril de 2010

Curiosidad: Baklust

Blaklust es uno de esos locales de última generación donde todo lo que se ingiere es ecológico. Lo descubrí por casualidad durante mi última visita a La Haya, mientras buscábamos un sitio donde refugiarnos de la lluvia.


La estética tuiene algo de kitsch, algo de naïve y algo de años 50, y resulta agradable. La cocina tiene uno de sus lados "abierto" al comedor, de tal forma que los clientes pueden ver prácticamente todo lo que en ella se cuece (literalmente). Tienen tartas muy sabrosas y, como curiosidad, tienen leche de soja para elegir en lugar de leche normal -lo cual viene muy bien para intolerantes a la lactosa, que no es cuestión baladí eso de no poder tomarse uno un café con leche sopena de irse por la pata abajo-.

Sobre precios, pues pueden imaginarse: los correspondientes a un sitio cool y novedoso. O sea: pelín altos. Pero bien como experiencia.


Nivel de recomendación: 3
Relación calidad-precio: bien tirando a caro.

miércoles, 14 de abril de 2010

Het Zwaantje o Cómo ingerir por fin cocina holandesa

Amigos amantes de la zampa:

Cualesquiera de ustedes que haya estado en Holanda mayor o menor tiempo sabrá de la dificultad de encontrar un restaurante de cocina holandesa, si es que tal cosa existiere así como concepto (que sí: existe). Yo al menos en los casi dos años que estuve viviendo allí, no conseguí encontrar más que un restaurante en La Haya que pudiera calificarse como tal y, además, estuviera bien. Donde se disfrutare comiendo, en resumen. Y encima, la última vez que he estado (hace uans semanas), resultó que lo habían cerrado. Se ve que fue irme yo y dejar huérfano al país de el último de sus paladares exquisitos.

Pero en fin: las gallinas que entran por las que salen, ya que en esta ocasión tuvimos la oportunidad de ingerir, guiados por una amiga, en Het Zwaantje, un restaurante muy cucamente decorado (a la holandesa tradicional, con sus alfombras en las mesas y todo) sito en una de las "Nueve Callecitas" (De Negen Straatjes) del centro de Amsterdam.

La comida, para los estándares holandeses y comparativamente a los estándares españoles, no estuvo mal. A ver: seguía teniendo las tristes verduras cocidas como acompañamiento y estas cosas tradicionales, pero los guisos en sí estaban, insisto, bastante buenos para lo que viene siendo habitual allí. Sobre todo, los entrantes (los principales tampoco merecían tiros al aire, auqnue eran pasables). Yo me zampé unos mejillones muy agradables al paladar, amén de unos caracoles al ajo im-pre-sio-nan-tes, aquí sí me quito el sombrero. La sopa de cebolla también estaba sabrosona, y la de pescado, tenía una pinta estupenda.

Eso sí: son tan, tan tradicionales... que sólo abren para cenas*: de 16:30 a 23:00. Aunque, al buen españolito de a pie, eso de las 16:30 perfectamente podría parecerle más bien una comida.


Nivel de recomendación: 4, considerando los estándares holandeses
Relación calidad-precio: buena, cosniderando los estándares holñandeses


*cualquiera que haya vivido la experiencia holandesa real sabrá que en ese país no se come: sólo se cena. A mediodía, lo único accesible son broojdes (lo que aquí comúnmente viene a denominarse "sandwich de los cojones todos los días comiendo lo mismo joder qué pesadez")

jueves, 11 de marzo de 2010

Café de Oriente

El Café de Oriente es, cómo les diría yo... es el Carolina de Mónaco de los restaurantes. Bueno, no, a principado no llega, sería más bien el Leandro Alfonso Ruiz Moragas de los restaurantes (aka Leandro Alfonso Borbón Ruiz desde 2003) quizá, que además le iría muy bien para el sitio donde está emplazado: mirando al Palacio Real.
En fin y para entendernos: el Café de Oriente es el restaurante pijo por definición que siempre quiso llegar a más y que, al final, y pese a lo desorbitado de sus precios, acaba nutriéndose de domingueros en éxtasis que han ahorrado para la ocasión y turistas norteños principalmente, los primeros de corbata, los segundos de sandalia y calcetines.


Bueno, pues ahí, a este lugar que acabo de describir, fuimos a cenar el pasado día 4 con Irene y Tommy, compañeros de fatigas en el inabarcable objetivo de cruzar Madrid de tour gastronómico.

Encontramos una oferta por Internet: "50% de descuento en el Menú Cocina de Vigilia". Chorrocientos primeros a elegir, bastantes segundos, vino y postre. 32 euros por persona (con el descuento ya considerado). "Bueno, pues habrá que probar el sacrosanto Café de Oriente", nos dijimos, y p'allá que fuimos.

Abreviaré:
Calidad de los platos: los míos y los de El que me acompaña, excelentes. Los de Irene y Tommy, algunos tenían pinta de valerlo más que otros. Pero el detalle estaba cuidado, eso sí.
Cantidad de los platos: escasita. No obstante, yo particularmente no me quedé con hambre (y eso que soy una tragaldabas), sobre todo por la acción y efecto del postre, que ocupa más que el primero y el segundo juntos, si me apuran.
Atención y servicio: muy bueno. El metre y los camareros atendían bien sin agobiar (me quito el sombrero, pues es una frontera siempre dificil de delimitar).
Ambientillo: la estética del local es muy "pura": guarda un estilo concreto (a excepción de las obras pictóricas que en cada momento expongan) que, amén de que te guste o no, es consecuente.

Resumiendo:
Nivel de recomendación: 4
Relación calidad precio: bien tirando a caro, bien por calidad y presentación, tirando a caro por "escasez".

miércoles, 10 de marzo de 2010

Restaurante César y Mesón Castilla (Pastrana)

Finalizo mis crónicas alcarreñas por el momento con esta reseña doble relativa a la cuestión alimenticia en Pastrana: el restaurante César y el Restaurante-Mesón Castilla. Les indicaría la página web, pero no la tienen.

Qué decirles. Pues que en ambos casos se trata de restaurantes muy a tono con el ánimo pastranense, pastranero o como quiera que sea el gentilicio de esas tierras, es decir: se trata de comercios que se han subido al carro del turismo rural y cobran por sus servicios mucho más de lo que valen. Me explayo:

Él César y lo que es del César:

El César tiene pinta de ser el típico restaurante-del-pueblo donde va la gente a celebrar aniversarios los domingos. Con unas 10 mesas en total, cobra casi 26 euros por el "menú Especial", "menú turístico" o como quiera que llamen al único menú que, en principio, tienen visible (salvo que seas del terruño y sepas que hay otro al precio de 10 euros). Bueno, si lo vale, lo pagas y ya está. El problema es que no lo vale. Mi cordero estaba reseco y de lechal no tenía nada, y los demás platos pues no es que estuvieran mal, pero desde luego, no valen lo que cuestan. Ni tampoco parecía valerlo el menú de 10 euros que vimos al lado, la verdad.

Castilla nuestra:
El mesón Castilla nos fue recomendado por el dueño del hotel, al que luego, a la sazón, nos encontramos allí, tomando unos vinos, que es lo que se hace en los sitios de solera. Nosotros fuimos a cenar. De precio andaba prácticamente como el César, pelín más barato quizás.
Tuvieron detalles gloriosos, como que la camarera nos perdonara la vida por querer cambiarnos a otra mesa que no tuviera el sonido estridente del futbol justo encima (la parte del local destinada a restaurante estaba vacía, añado), y que siguiera perdonandonosla a cada plato que traía. A la sazón: se me ocurrió preguntar de qué era el consomé que figuraba en la carta, si de yema o de jerez (consomé que se cotizaba a 5 euros). "No, es sólo el caldo, pero si quieres te echo una yema". Le digo que muy agradecida y me lo trae con yema. En la cuenta, el coste de la yema figura aparte: 1 euro. Desde entonces vivo con el deseo de comprar una docena de huevos en mi barrio por ese precio y donarlos al mesón con una inscripción que diga: "Para próximos amantes del consomé -de su anónima benefactora".

En fin: que se preguntarán ustedes entonces por qué cojones nos fuimos a meter en estos lugares inmundos para proceder a la ingesta, y no nos metimos en otros. Pues principalmente, porque no había otros. La mafia pastranense se materializa en la hostelería y tiene todo pillado. Para más INRI, los cuatro o cinco restaurantes que hay tienen misteriosamente la misma tipografía, formato y casi idénticos precios en sus cartas. Y no conseguimos ver ni un triste bar de platos combinados o semejantes. Y no será porque no pateamos el pueblo...

En resumen: que menos mal que al día siguiente acabamos por casualidad en El Tolmo, porque si no, el aspecto gastronómico de nuestra incursión alcarreña habría quedado hecho unos zorros.


Nivel de recomendación: 2
Relación calidad-precio:
Mesón Castilla: mala
Restaurante César: mala de cojones.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Hotel Palaterna (Pastrana)

Sí, amigos, sí: como ya sospechan, no se duerme en una bañera de hidromasaje. Razón por la cual esta entrada de hoy acompaña a la de ayer, y se refiere al alojamiento del pack: el Hotel Palaterna.

El Hotel Palaterna se encuentra situado en el centro de Pastrana (lo cual no es decir mucho, ya que Pastrana sólo tiene centro) y es, la verdad, mono. Lo regenta una familia (con bebé incluido) y está todo muy renovado, las habitaciones (¡y camas!) son cómodas, el baño bien, el mobiliario, a tono, el personal, amable, el desayuno, a la española pero rico y variado. Y todo como muy de familia. La Guardia Civil interesándose por el timo de los nigerianos que quieren clases de inglés (sic) y te pagan en cheques de tres mil euros, las dos abuelas que siempre van a desayunar al bar del hotel y que se pasan la mañana metiéndose una con otra... esas cosas de la vida de provincias. Agradable, en suma.

(vista de Pastrana desde el balconcito-terraza tradicional que teníamos en nuestra habitación de la 3ª planta)


Los precios, pues a saber: creo recordar que las habitaciones estaban entre los 60 y 7o euros según temporada. Ojo con interné, que figura una tabla de precios encabezada por "tarifas 2008". En nuestro caso, lo llevabamos incluido en el pack, así que deduzco que la habitación nos costó unos 60 euros. Considerando que es un dos estrellas, y que está (insisto) en un pueblomielda que se ha apuntado al carro del turismo rural en cada esquina, pues eso: me parece quizá un poco caro, comparativamente hablando. Pero insisto en que las habitaciones están bien y el desayuno, también.



Nivel de recomendación: 4
Relación calidad-precio: regular tirando a bien

martes, 2 de marzo de 2010

Spa Rural Pastrana

Llegué al Spa Rural Pastrana llamada cual Ulises y sus sirenas por la promoción de alojamiento + spa por 70 euros por persona, deseosa de pasar un fin de semana huida del mundanal ruido en el que entregarme con vehemencia a los placeres del cuerpo y el espíritu en forma de masajes y chorros de agua. Pintaba bien, así que lo reservamos.

El pack es de 1 noche de alojamiento + desayuno en uno de los dos hoteles/hostales que registra el acuerdo que tiene el spa, más un circuito de unas dos horas de duración. Llamamos para reservar hora, y nos dieron el sábado a las 16:00.

La estética del lugar es bastante idílica, con una piscina-terma con sus diferentes chorros y tal muy mona, una típica sauna en la que no se ve nada, y unas instalaciones decoradas con esmero. El trato, eso sí, nos pareció un poco industrial. Lógico es que quieran sacarle el mayor provecho posible al negocio (que parece ser mucho, a juzgar por el númeor de gente que allí nos fuimos concentrando), pero uno acaba un poco teniendo una cierta sensación de pertenencia al rebaño, con el señor cabrero que le va indicando, "ahora sal del agua", "ahora te pongo esto", "ahora te sientas ahí", "ahora te levantas". Pero en fin, vayamos por partes:

Entras. Te meten al vestuario. Te indican cuál es tu albornoz y tus zapatillas, te quedas en bikini, te duchas, pasas a la zona de terma-piscina.

Chorros diversos en la termapiscina durante unos 30 minutos. Dan gustito, sí, eso no puede negarse. Me gustó mucho esta parte.

Sales de la termapiscina. Te quedas de pie, te pringan un preparado de karité con higos y te metes a la sauna (a la que ellos llaman hammam, pero eso es una sauna finlandesa estándar) y te dicen que te quedes un máximo de 15 minutos. Nota al pie: hemos observado que si eres tía, te unta de karité un tío, y si eres tío, te unta una tía. A mí van a decirme ustedes que soy un poco rara pero juraría que el tío no sabía donde mirar mientras me pringaba los muslos. Sobre todo porque El que me acompaña bajito no es y estaba a mi vera, así que debe de ser raro estar ahí sobándole a la mariana.

Sales de la sauna. Te pasan a una sala en la que te indican que te eches en una tumbona el tiempo justo de darte el "menú" de masajes y preguntarte al poquito cuál quiéres (que no viene incluido en el pack, claro está). Nosotros ya teníamos pensado darnos uno, pero de no ser así, se nos ocurrió que debía de ser una situación un tanto violenta y/o incómoda en el summum de la relajación esa en la que se supone que ya te ves envuelto.

Sala de masaje. Ídem: a mí me lo dio un chaval, a El que me acompaña, una señora. El masaje, muy bien, a mí me gustó mucho (en concreto nos dimos uno llamado "corporal con aceites", a secas, sin mascarillas de nuez moscada del Canadá ni semejantes. Eso sí: el chaval no se cortó lo más mínimo. Hubo un momento en que pensé que si le ponían un neón rosa a la entrada que dijera Club, igual no desentonaba tanto. A mí me pareció muy bien, pero ojo a los eventuales consumidores de recta moral. Ahí lo dejo.

Tras el masaje, te pasan a la "sala de ralajación con aromaterapia", a saber: te echan en pareja en una especie de diván, en una sala con tres divanes (ergo tres parejas) que parecen los fumaderos de opio que salían en Indochina, te ponen unas gotitas de ungüento aromaterapéutico en la palma de la mano, y la maestra de ceremonias te explica cómo relajar el cuerpo y el karma y la armonía de la pareja y todas estas cosas de jipis y budistas. Aquí, yo no sé si es que se olvidaron de nosotros, o si realmente está pensado que uno se tire tanto rato en el diván. Me da que ocurrió un poco lo primero. El que me acompaña se asomó peligrosamente al abismo del ronquido inminente, y yo ya empecé a pensar que se me estaban alterando el yin y el yan de dejarlos tumbados tanto rato.

Luego, sin embargo, les entraron las prisas y casi se le escapa a la maestra de ceremonias un "¿podemos ir saliendo?" de muy mala manera que hubiera arruinado totalmente la armonía multihemisférica conmigo misma. Así que sólo lo dejó traslucir, y salimos con viento fresco.

Total: vuelta al vestuario, ducha con un gel de chocolate de entre los que tenían para elegir que me encantó y ahora no hago más que buscarlo por todo comercio susceptible de poseerlo y no lo encuentro ni a sol ni a sombra, vuelta a vestirse, y a la puta calle. Precio del masaje por persona (amén del circuito del pack mentado arriba): 40 euros. Tiempo del masaje: 45 minutos. No, no es barato, considerando que Pastrana es un pueblomielda y que hay excelentes sitios en Madrid donde recibir un masaje cojonudo por precio muy parecido o inlcuso inferior. Tampoco es que sea caro, a ver: digamos que está en la media de los masajes de la capital. Por su parte, parece ser que el circuito, cogiendolo suelto, se cotiza a 40 euros.

Y en fin: esta ha sido mi aventura en el Spa Rural Pastrana.


Nivel de recomendación: 3
Relación calidad-precio: regular. El sitio está muy mono, pero me da la impresión de tener los precios un poco hinchados con el rollo rural.

lunes, 1 de marzo de 2010

Asador El Tolmo

El domingo pasado tuve el gran placer de ingerir en El Tolmo, en Brihuega (Guadalajara), a donde llegamos por casualidad mientras buscábamos un sitio sitio con comida en mayor o menor medida dispuesta para el consumo donde tengan por costumbre cambiarla por dinero, es decir: un bar, restaurante o similar.

Pues aquí entramos, en El Tolmo. Nos dieron cita para media hora después (estaban a full), pero el olorcillo invitaba a pensar que la espera merecería la pena. Y efectivamente. Los múltiples premios gastronómicos de Castilla-La Mancha que figuran a la entrada no los han recibido por casualidad. Qué rico, madre.

Nos sentamos, miramos la carta, empezamos a pedir comida. El metre / camarero / empleado nos advirtió de forma muy amable y según íbamos pidiendo, de que igual nos estábamos pasando tres pueblos. "Yo creo que os va a sobrar comida, ¿eh?, las raciones son abundantes..."Lo cual supone muchos puntos a favor del establecimiento, no ya que las raciones sean abundantes, sino que te lo indiquen y no te dejen pedir (y gastar) a espuertas. Decidimos aceptar su sabio consejo.

Al final nos deleitamos con:
-Un morteruelo
-Un pisto casero con lomo de la olla en costra de ibérico
-Un cochifrito de lechón con ajada al orégano
-Una tarta de queso con higos.
(más un agua, una caña, y el pertinente pan)

Tras quedarnos con las ganas de involucionar al mono que fuimos y pasar la lengua por cada centímetro cuadrado del plato, apoquinamos con gusto los 47 euros que nos costó todo. No sé si les parecerá caro o barato, pero yo puedo decirles que el día anterior pagamos más por un "menú especial" en César que no le llegaba a esto ni a la suela de los zapatos.

Algo también a favor de El Tolmo es que, en contra de las últimas tendencias por las que yo maldigo cada vez más a bares y restaurantes, en la web de El Tolmo aparecen los precios en la carta. ¡Y actualizados!


Nivel de recomendación: 4 tirando a 5

Comparativa calidad-precio: Muy bien

domingo, 21 de febrero de 2010

Golden Point (C/ Goya, 85)


Entro en el Golden Point de la calle Goya nº 85, local en el que se venden medias, bragas y calcetines, con la banal aspiración de adquirir unos panties tupidos marrón oscuro.

-Buenos días
-Buenos días -me dice la dependienta.
-Verá usted, que quería yo unos panties tupidos marrón oscuro
-¿Como estos?
-Como estos. Me dé la talla L, por favor.
Me mira.
-Yo creo que deberías llevarte una M -me contesta, mientras rebusca en el cajetín la mentada talla.
-No, no, es que yo quiero una L
Me vuelve a mirar. Se vuelve hacia el cajetín
-Es que tu talla es una M... -me repite, mientras sigue afanada en localizar la citada talla.
-Pues... no, es que verás, yo quiero una L porque me es más cómoda.
Deja el cajetín. Se separa un paso. Me mira de arriba abajo, y de nuevo arriba.
-Es que tú debes de llevar una talla 38 o como mucho una 40. Y eso es una M.
-Ya. Pero es que yo quiero una L, de verdad -insisto, mientras empiezo a preguntarme dónde está la cámara.
Me mira con cierto desdén. Psch, exhala.
-Es que una L no es tu talla -me espeta, mientras se planta frente a mí con un gesto que parece decir "y a mí no me da la puta gana de venderte una L".
Empiezo a notarme nerviosa. Sé que en breve me aparecerá el tic en el ojo y una serie de improperios aparecerán cual bocadillo de viñeta en mi cerebelo. Me está poniendo a huevo que le conteste muy malamente.
-Ya. Pero es que verás, es que yo quiero comprar una [puta] L [,cojones], y supongo que si no me la dais aquí [,gilipollas,] tendré que irme a otro lado a buscarla [,coño ya].

Me mira como considerando si perdonarme la vida. Decido que en cuanto saque la puta L le voy a prender fuego con ella al local. Mira el cajetín con desgana.
-Pues L de este modelo no queda -me dice, desafiante.
-Pues confieso que me alegro -respondo, mientras giro sobre los talones y me marcho por donde vine.


Nivel de recomendación: 1

lunes, 15 de febrero de 2010

Cáscaras

El sábado pasado, continuando nuestra cruzada gastronómica por Madrí y bajo la excusa de ingerir algo antes de introducirnos en una sala de cine, cenamos en Cáscaras. Eran muchos los años que yo había pasado por delante, y unos poquísimos los cafés que ahí dentro había tomado. Nunca, por otra parte, mi visita se había materializado en algo más corpóreo que dos cafés.

El sábado fue el día. Accedimos al famoso sitio de los huevos, famoso por las tortillas que hace con ellos. Pedimos, siendo dos y pa compartir, unas empanadas de verduras con morcilla, una berenjena con cous-cous, calabaza y queso gratinado, y una tortilla de patata, pimiento y bacalao. Una cerveza y una botella de agua. Más una mousse de turrón (riquísima, a la sazón). Total: 31 euros y algo.

Veredicto (XVI):
Sabor: bien. Las empanadillas y la berenjena, muy ricas. La tortilla, un tanto decepcionante: no tiene nada de especial, la verdá. Igual le salía más a cuenta convertirse en un vegetariano.
Cantidades: regular. Las empanadillas eran dos, la morcilla de las mismas, pelín simbólica. La tortilla apareció en un plato de postre. La berenjena era media berenjena.
Precio: pelín alto. La tortilla eran más de 9 euros. Y lo demás, comparativamente, también tiene precio alto, aunque el gusto es bueno, insisto.
Ambientillo: agradable. Tonos cálidos, estanterías repletas de libros que hacen las delicias de cualquier decimonónico como yo.
¿Volveré? Sí. A probar el pollo asado a la miel, los buñuelos de bacalao y algún que otro nombre que captó nuestro interés.

Nivel de recomendación: 4

Relación calidad-precio: regular

viernes, 12 de febrero de 2010

Eco Bar & Spa

12 de febrero, 15:28: decido que este día laboral de hoy es un asco y que, dado que encima me voy a pasar la tardenoche de rodríguez, voy a ejercer de la ejecutiva agresiva que soy y voy a buscarme un sitio en el que me hurguen y en el que pasar un rato de porque yo lo valgo. Olisqueo por "masajes", "spas", "balnearios", "balnearios urbanos", "belleza" (qué huevos), "relax" (don't do it...) y toda la semántica anexa que se me ocurre. Al final, recurro a Atrapalo, carne de mi carne, flor de mis amores.

Y Atrapalo, entre otros, me ha hablado de Eco Bar y Spa. Paseo de Rosales, 76. Hm. Busco su página web. No pone precios. Mal empezamos. Todo muy chic en la web, todo muy cool. Desconfianza. Pero la oferta de Atrapalo es buena: 30 minutos de masaje por 21 euros -aunque no especifica masaje de qué-. Sin embargo, los muy perros no me dejan ver, antes de comprar el bono, si esta tarde hay disponibilidad.
Resuelvo pasar del asunto y entregarme totalmente a la aventura. Al salir del curro, me voy a Moncloa, con el fin de echar un ojo a este y otros que he visto por la zona y recapitular información y tarifas, para el futuro.

Entro. Me saludan amablemente mientras revoloteo entre los papeles que tienen por allí. Me preguntan si me pueden ayudar (que es la forma simpática de preguntarte qué coño has venido a hacer aquí). Les cuento breve y distraidamente mi affaire con Atrapalo y la desconocida disponibilidad para hoy, que así es que los he conocido, y que ahora venía para recabar sobre tarifas et alteres. Me dice la muchacha que están a full toda la tarde pero que justo les acaba de fallar una persona, así que si quiero entrar ahora mismo soy bienvenida, y que me respeta la oferta. No se hable más.

Lina, que es como se llaman las manos mágicas que me han atendido, me soba con soltura espalda, cuello, brazos y jeta. Qué felicidad. Si esperan ustedes un masaje deportivo de estos que te dejan hecho un treinta y tres, quizá no sea lo que esperan. Pero si lo que quieren es, como yo, que les alivien lo que el ordenador le hace a sus cervicales y sentir después los chakras llenos de amor por el mundo, no se priven.

El bar y el restaurante no los he probado, así que ahí no les sé decir. Pero es probable que un día lo haga. Sobre el resto de las prestaciones del spa, no se lleven a error: circuitos de aguas no tienen. Al margen de los masajes, tienen sauna, servicios de estética (de quitar pelos y tal) y tratamientos faciales ecológicos (típica historia del Dr. Hauschka y eso. Como me lea mi semisuegra, me mata).


Eco Bar & Spa
Paseo de Rosales, 76
Lo peor: la música de budas un poco alta, quizá para mitigar que haya clientes en salitas anexas que vayan porque en casa solos se aburren, más que por el masaje.
Lo mejor: todo lo demás.

Nivel de recomendación: 4
Relación calidad-precio: bien (en lo que a masajes se refiere, desconozco el restaurante)

lunes, 8 de febrero de 2010

Anina

Hay algo catalogado de restaurante de comida moderna-internacional en foros y páginas especializadas y que lleva por nombre Anina, a donde decidimos ir a cenar el pasado viernes. Sito en la Plaza de la Cebada, cuesta un cierto triunfo encontrarlo, pero al final dimos con ello y procedimos a hacer uso de nuestra reserva. El mobiliario, bien: sillas y mesas de la tía abuela puestas aquí y allá que tanta personalidad otorgan a los bares berlineses.

La primera sorpresa fue que la comida moderna-internacional es lo que en otros locales llaman "tostas". La segunda sorpresa, que esas tostas son las que en otros locales cuestan la mitad. Amén de tostas, la cocina moderna-internacional se caracteriza por tener ensaladas y/o alguna que otra pasta. Punto.

Nos decidimos por las tostas. Las únicas que había calientes, eran de escalopines empanados con salsa de diversos botes y latas (mostaza, crema de cabrales, etc). Precio: 8 euros la tosta. Las tostas frías, de entre 5,50 y 6 euros cada una, no presumían de mayor calidad ni originalidad, añado. Lo único que sí tenía una pinta más excepcional eran las tartas, pero al precio de 6 euros la ración, eso sí. Ni en la mejor pastelería vienesa de La Haya tenían ese precio.

Resumiendo: que eso es más bien un bar donde se puede comer algo, pero que la relación calidad-precio queda por los suelos. Sobre todo considerando que no hay más que cruzar la plaza para encontrar el Retrobar, donde las tostas, a menos de la mitad de ese precio, sí merecen notablemente más la pena.

Nivel de recomendación: 2
Relación calidad-precio: mala

domingo, 7 de febrero de 2010

Can Punyetes

Hoy hemos comido en Can Punyetes (concretamente, en el que está en Señores de Luzón, 5, Madrid). Desde que descubrí este antrito hace ya muchos años, hasta ahora, son varias las cenas y las comidas en las que sus sempiternos camareros me han visto desfilar, aunque ellos no sean conscientes: con amigos, con novietes, con familiares y varios, su escudella siempre llama a la boca de mi estómago en invierno como a Ulises las sirenas. Era un fijo de mi lista de preferencias. Era.

Ya la última vez que estuve, recuerdo ahora haber salido con pelín mal sabor de boca, como quien dice. Pero hoy he vuelto a confirmarlo. La escudella ha perdido sustancia y, a cambio, ha ganado sal. De las tres guarniciones que se pueden elegir para la carne, una casualmente no les quedaba. Justo la que había pedido yo. Salvo que se les ha olvidado avisarme: directamente me han plantado otra en el plato, así, una violación gastronómica no consentida.

No es que hubiera mucha gente esperando, más bien al contrario: lo que yo recordaba es haber visto siempre más. No había más que una pareja, y una familia después. Sin embargo, eso no ha sido óbice para que los camareros sacaran al Niki Lauda que al parecer llevan dentro y empezaran el mobbing culinario a fin de que los comensales de todas las mesas posibles saliéramos por patas. En nuestro caso concreto, se ha centrado en mirar fijamente el segundo plato a ver si acabábamos, preguntar si queríamos postre antes de acabarlo, preguntar si queríamos café a la segunda cucharada del postre, y al contestar que no, directamente pegar un preciso alarido: "¡¡la cuenta de la siete, y ya!!". Que, por supuesto, han traído cuando -por fin- estábamos terminando la tarta. Una tarta de castañas, a la sazón, que yo recordaba notablemente más sabrosa. Para ser exactos, la recordaba con sabor a castaña.

Conclusión: que a fin de evitar la previsible patada en el trasero, nos hemos apresutrado a pagar casi mientras cogíamos los abrigos y a abandonar el local. Ay, Can Punyetes, qué mal te sienta haberte convertido en cadena.




Nivel de recomendación: 3
Relación calidad-precio: regular