Harta de no nos queda, de ese precio del catálogo está mal, de dependientes con contrato temporal a los que lógicamente todo se la suda, de engaños, tretas y triquiñuelas, de sotas de bastos que no saben quién es el cliente, de justamente la oferta terminaba hoy, de ponga una queja en Consumo de donde nunca le llamará nadie, harta de todo eso y del precio de la gasolina y los inconvenientes de la cárcel, sólo vi una opción factible: cagarme en todo lo que se mueve a través de este su blog amigo.
Y tirar algún que otro piropo también, si se merece. Faltaría.

domingo, 7 de febrero de 2010

Can Punyetes

Hoy hemos comido en Can Punyetes (concretamente, en el que está en Señores de Luzón, 5, Madrid). Desde que descubrí este antrito hace ya muchos años, hasta ahora, son varias las cenas y las comidas en las que sus sempiternos camareros me han visto desfilar, aunque ellos no sean conscientes: con amigos, con novietes, con familiares y varios, su escudella siempre llama a la boca de mi estómago en invierno como a Ulises las sirenas. Era un fijo de mi lista de preferencias. Era.

Ya la última vez que estuve, recuerdo ahora haber salido con pelín mal sabor de boca, como quien dice. Pero hoy he vuelto a confirmarlo. La escudella ha perdido sustancia y, a cambio, ha ganado sal. De las tres guarniciones que se pueden elegir para la carne, una casualmente no les quedaba. Justo la que había pedido yo. Salvo que se les ha olvidado avisarme: directamente me han plantado otra en el plato, así, una violación gastronómica no consentida.

No es que hubiera mucha gente esperando, más bien al contrario: lo que yo recordaba es haber visto siempre más. No había más que una pareja, y una familia después. Sin embargo, eso no ha sido óbice para que los camareros sacaran al Niki Lauda que al parecer llevan dentro y empezaran el mobbing culinario a fin de que los comensales de todas las mesas posibles saliéramos por patas. En nuestro caso concreto, se ha centrado en mirar fijamente el segundo plato a ver si acabábamos, preguntar si queríamos postre antes de acabarlo, preguntar si queríamos café a la segunda cucharada del postre, y al contestar que no, directamente pegar un preciso alarido: "¡¡la cuenta de la siete, y ya!!". Que, por supuesto, han traído cuando -por fin- estábamos terminando la tarta. Una tarta de castañas, a la sazón, que yo recordaba notablemente más sabrosa. Para ser exactos, la recordaba con sabor a castaña.

Conclusión: que a fin de evitar la previsible patada en el trasero, nos hemos apresutrado a pagar casi mientras cogíamos los abrigos y a abandonar el local. Ay, Can Punyetes, qué mal te sienta haberte convertido en cadena.




Nivel de recomendación: 3
Relación calidad-precio: regular

3 comentarios:

  1. Solo para saludarte en el nuevo blog. A ver qué nos cuentas por este.

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  2. Señora Tremolina,

    Al Can Punyetes sólo he ido dos veces en mi vida, y en ambas ocasiones predominó la decepción sobre todo lo demás. Por no hablar de las dichosas prisas, como si el mundo se acabara por comer 10 minutos más. De ahí, por ejemplo, que nosotros intentemos evitar restaurantes con doble turno: a las 21h imperan las prisas, a las 23h casi que uno se duerme frente a la ensalada.

    Un restaurante menos al que ir.

    Saludos,
    Jafuda

    P.D. Le deseo toda la suerte con esta nueva aventura...

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  3. Lo bueno, amigo Jafuda, es que en el mentado no hay turnos. Es un restaurante normal y corriente, hasta donde yo sé. Y nosotros creo que comimos a la 1 y pico (que yo soy persona europea)

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Amigo, si estás tan indignado como yo, o te indigna mi indignación, no dejes de quejarte. Viva la caspa.