Harta de no nos queda, de ese precio del catálogo está mal, de dependientes con contrato temporal a los que lógicamente todo se la suda, de engaños, tretas y triquiñuelas, de sotas de bastos que no saben quién es el cliente, de justamente la oferta terminaba hoy, de ponga una queja en Consumo de donde nunca le llamará nadie, harta de todo eso y del precio de la gasolina y los inconvenientes de la cárcel, sólo vi una opción factible: cagarme en todo lo que se mueve a través de este su blog amigo.
Y tirar algún que otro piropo también, si se merece. Faltaría.

domingo, 21 de febrero de 2010

Golden Point (C/ Goya, 85)


Entro en el Golden Point de la calle Goya nº 85, local en el que se venden medias, bragas y calcetines, con la banal aspiración de adquirir unos panties tupidos marrón oscuro.

-Buenos días
-Buenos días -me dice la dependienta.
-Verá usted, que quería yo unos panties tupidos marrón oscuro
-¿Como estos?
-Como estos. Me dé la talla L, por favor.
Me mira.
-Yo creo que deberías llevarte una M -me contesta, mientras rebusca en el cajetín la mentada talla.
-No, no, es que yo quiero una L
Me vuelve a mirar. Se vuelve hacia el cajetín
-Es que tu talla es una M... -me repite, mientras sigue afanada en localizar la citada talla.
-Pues... no, es que verás, yo quiero una L porque me es más cómoda.
Deja el cajetín. Se separa un paso. Me mira de arriba abajo, y de nuevo arriba.
-Es que tú debes de llevar una talla 38 o como mucho una 40. Y eso es una M.
-Ya. Pero es que yo quiero una L, de verdad -insisto, mientras empiezo a preguntarme dónde está la cámara.
Me mira con cierto desdén. Psch, exhala.
-Es que una L no es tu talla -me espeta, mientras se planta frente a mí con un gesto que parece decir "y a mí no me da la puta gana de venderte una L".
Empiezo a notarme nerviosa. Sé que en breve me aparecerá el tic en el ojo y una serie de improperios aparecerán cual bocadillo de viñeta en mi cerebelo. Me está poniendo a huevo que le conteste muy malamente.
-Ya. Pero es que verás, es que yo quiero comprar una [puta] L [,cojones], y supongo que si no me la dais aquí [,gilipollas,] tendré que irme a otro lado a buscarla [,coño ya].

Me mira como considerando si perdonarme la vida. Decido que en cuanto saque la puta L le voy a prender fuego con ella al local. Mira el cajetín con desgana.
-Pues L de este modelo no queda -me dice, desafiante.
-Pues confieso que me alegro -respondo, mientras giro sobre los talones y me marcho por donde vine.


Nivel de recomendación: 1

lunes, 15 de febrero de 2010

Cáscaras

El sábado pasado, continuando nuestra cruzada gastronómica por Madrí y bajo la excusa de ingerir algo antes de introducirnos en una sala de cine, cenamos en Cáscaras. Eran muchos los años que yo había pasado por delante, y unos poquísimos los cafés que ahí dentro había tomado. Nunca, por otra parte, mi visita se había materializado en algo más corpóreo que dos cafés.

El sábado fue el día. Accedimos al famoso sitio de los huevos, famoso por las tortillas que hace con ellos. Pedimos, siendo dos y pa compartir, unas empanadas de verduras con morcilla, una berenjena con cous-cous, calabaza y queso gratinado, y una tortilla de patata, pimiento y bacalao. Una cerveza y una botella de agua. Más una mousse de turrón (riquísima, a la sazón). Total: 31 euros y algo.

Veredicto (XVI):
Sabor: bien. Las empanadillas y la berenjena, muy ricas. La tortilla, un tanto decepcionante: no tiene nada de especial, la verdá. Igual le salía más a cuenta convertirse en un vegetariano.
Cantidades: regular. Las empanadillas eran dos, la morcilla de las mismas, pelín simbólica. La tortilla apareció en un plato de postre. La berenjena era media berenjena.
Precio: pelín alto. La tortilla eran más de 9 euros. Y lo demás, comparativamente, también tiene precio alto, aunque el gusto es bueno, insisto.
Ambientillo: agradable. Tonos cálidos, estanterías repletas de libros que hacen las delicias de cualquier decimonónico como yo.
¿Volveré? Sí. A probar el pollo asado a la miel, los buñuelos de bacalao y algún que otro nombre que captó nuestro interés.

Nivel de recomendación: 4

Relación calidad-precio: regular

viernes, 12 de febrero de 2010

Eco Bar & Spa

12 de febrero, 15:28: decido que este día laboral de hoy es un asco y que, dado que encima me voy a pasar la tardenoche de rodríguez, voy a ejercer de la ejecutiva agresiva que soy y voy a buscarme un sitio en el que me hurguen y en el que pasar un rato de porque yo lo valgo. Olisqueo por "masajes", "spas", "balnearios", "balnearios urbanos", "belleza" (qué huevos), "relax" (don't do it...) y toda la semántica anexa que se me ocurre. Al final, recurro a Atrapalo, carne de mi carne, flor de mis amores.

Y Atrapalo, entre otros, me ha hablado de Eco Bar y Spa. Paseo de Rosales, 76. Hm. Busco su página web. No pone precios. Mal empezamos. Todo muy chic en la web, todo muy cool. Desconfianza. Pero la oferta de Atrapalo es buena: 30 minutos de masaje por 21 euros -aunque no especifica masaje de qué-. Sin embargo, los muy perros no me dejan ver, antes de comprar el bono, si esta tarde hay disponibilidad.
Resuelvo pasar del asunto y entregarme totalmente a la aventura. Al salir del curro, me voy a Moncloa, con el fin de echar un ojo a este y otros que he visto por la zona y recapitular información y tarifas, para el futuro.

Entro. Me saludan amablemente mientras revoloteo entre los papeles que tienen por allí. Me preguntan si me pueden ayudar (que es la forma simpática de preguntarte qué coño has venido a hacer aquí). Les cuento breve y distraidamente mi affaire con Atrapalo y la desconocida disponibilidad para hoy, que así es que los he conocido, y que ahora venía para recabar sobre tarifas et alteres. Me dice la muchacha que están a full toda la tarde pero que justo les acaba de fallar una persona, así que si quiero entrar ahora mismo soy bienvenida, y que me respeta la oferta. No se hable más.

Lina, que es como se llaman las manos mágicas que me han atendido, me soba con soltura espalda, cuello, brazos y jeta. Qué felicidad. Si esperan ustedes un masaje deportivo de estos que te dejan hecho un treinta y tres, quizá no sea lo que esperan. Pero si lo que quieren es, como yo, que les alivien lo que el ordenador le hace a sus cervicales y sentir después los chakras llenos de amor por el mundo, no se priven.

El bar y el restaurante no los he probado, así que ahí no les sé decir. Pero es probable que un día lo haga. Sobre el resto de las prestaciones del spa, no se lleven a error: circuitos de aguas no tienen. Al margen de los masajes, tienen sauna, servicios de estética (de quitar pelos y tal) y tratamientos faciales ecológicos (típica historia del Dr. Hauschka y eso. Como me lea mi semisuegra, me mata).


Eco Bar & Spa
Paseo de Rosales, 76
Lo peor: la música de budas un poco alta, quizá para mitigar que haya clientes en salitas anexas que vayan porque en casa solos se aburren, más que por el masaje.
Lo mejor: todo lo demás.

Nivel de recomendación: 4
Relación calidad-precio: bien (en lo que a masajes se refiere, desconozco el restaurante)

lunes, 8 de febrero de 2010

Anina

Hay algo catalogado de restaurante de comida moderna-internacional en foros y páginas especializadas y que lleva por nombre Anina, a donde decidimos ir a cenar el pasado viernes. Sito en la Plaza de la Cebada, cuesta un cierto triunfo encontrarlo, pero al final dimos con ello y procedimos a hacer uso de nuestra reserva. El mobiliario, bien: sillas y mesas de la tía abuela puestas aquí y allá que tanta personalidad otorgan a los bares berlineses.

La primera sorpresa fue que la comida moderna-internacional es lo que en otros locales llaman "tostas". La segunda sorpresa, que esas tostas son las que en otros locales cuestan la mitad. Amén de tostas, la cocina moderna-internacional se caracteriza por tener ensaladas y/o alguna que otra pasta. Punto.

Nos decidimos por las tostas. Las únicas que había calientes, eran de escalopines empanados con salsa de diversos botes y latas (mostaza, crema de cabrales, etc). Precio: 8 euros la tosta. Las tostas frías, de entre 5,50 y 6 euros cada una, no presumían de mayor calidad ni originalidad, añado. Lo único que sí tenía una pinta más excepcional eran las tartas, pero al precio de 6 euros la ración, eso sí. Ni en la mejor pastelería vienesa de La Haya tenían ese precio.

Resumiendo: que eso es más bien un bar donde se puede comer algo, pero que la relación calidad-precio queda por los suelos. Sobre todo considerando que no hay más que cruzar la plaza para encontrar el Retrobar, donde las tostas, a menos de la mitad de ese precio, sí merecen notablemente más la pena.

Nivel de recomendación: 2
Relación calidad-precio: mala

domingo, 7 de febrero de 2010

Can Punyetes

Hoy hemos comido en Can Punyetes (concretamente, en el que está en Señores de Luzón, 5, Madrid). Desde que descubrí este antrito hace ya muchos años, hasta ahora, son varias las cenas y las comidas en las que sus sempiternos camareros me han visto desfilar, aunque ellos no sean conscientes: con amigos, con novietes, con familiares y varios, su escudella siempre llama a la boca de mi estómago en invierno como a Ulises las sirenas. Era un fijo de mi lista de preferencias. Era.

Ya la última vez que estuve, recuerdo ahora haber salido con pelín mal sabor de boca, como quien dice. Pero hoy he vuelto a confirmarlo. La escudella ha perdido sustancia y, a cambio, ha ganado sal. De las tres guarniciones que se pueden elegir para la carne, una casualmente no les quedaba. Justo la que había pedido yo. Salvo que se les ha olvidado avisarme: directamente me han plantado otra en el plato, así, una violación gastronómica no consentida.

No es que hubiera mucha gente esperando, más bien al contrario: lo que yo recordaba es haber visto siempre más. No había más que una pareja, y una familia después. Sin embargo, eso no ha sido óbice para que los camareros sacaran al Niki Lauda que al parecer llevan dentro y empezaran el mobbing culinario a fin de que los comensales de todas las mesas posibles saliéramos por patas. En nuestro caso concreto, se ha centrado en mirar fijamente el segundo plato a ver si acabábamos, preguntar si queríamos postre antes de acabarlo, preguntar si queríamos café a la segunda cucharada del postre, y al contestar que no, directamente pegar un preciso alarido: "¡¡la cuenta de la siete, y ya!!". Que, por supuesto, han traído cuando -por fin- estábamos terminando la tarta. Una tarta de castañas, a la sazón, que yo recordaba notablemente más sabrosa. Para ser exactos, la recordaba con sabor a castaña.

Conclusión: que a fin de evitar la previsible patada en el trasero, nos hemos apresutrado a pagar casi mientras cogíamos los abrigos y a abandonar el local. Ay, Can Punyetes, qué mal te sienta haberte convertido en cadena.




Nivel de recomendación: 3
Relación calidad-precio: regular